Pese a representar el veinte por ciento de todo su territorio y tratarse de sus dos espacios más reconocibles, el Vaticano ofrece mucho más al viajero que la simple visita a la Basílica o la inconfundible panorámica de la Plaza de San Pedro. Aunque se trata de uno de los lugares más reconocibles del mundo, es también uno de los más desconocidos.

Desde fuera parece inexpugnable, rodeado de grandes muros que se construyeron siglos atrás con la intención de mantener a raya a los ejércitos invasores y que, de alguna forma, dan cuenta todavía de su indudable pasado belicoso.
La ciudad acoge, de manera estable, a unos 900 habitantes, de los cuales solamente 438 gozan en la actualidad del derecho de ciudadanía vaticana. El resto de vecinos tan solo están autorizados a residir en este microestado, pero sin gozar del derecho de ciudadanía. Así, entre sus habitantes se encuentran algunos de los restauradores de arte más prestigiosos del mundo, que trabajan en los Museos Vaticanos, donde existen tres laboratorios de restauración: uno para mármol, otro para tapices y un tercero para pintura.
Esta reducida población hace que la vida en el Vaticano se asemeje, por muy extraño que parezca, a la de cualquier pequeña aldea del centro de Italia. Lejos del trasiego de turistas, sacerdotes y religiosas –que se cuentan por miles cada día- la ciudad respira a su propio ritmo, ofreciendo al viajero estampas realmente insólitas en pleno siglo XXI.
Así, por ejemplo, el Vaticano es el único Estado soberano del mundo que tiene por lengua oficial el latín, algo que se deja notar en los cajeros automáticos, que ofrecen las instrucciones en esta lengua indoeuropea. "Me encanta ver la cara que ponen algunos turistas cuando se acercan al cajero para hacer alguna operación y comprueban que todo está en latín", confiesa Marco, un joven camarero del conocido Universal Bar, frente a la Embajada de Rusia, en el primer tramo de la Via della Conciliazione.
Y es que el estatus de lengua muerta –esto es, no sujeta a evolución- confiere al latín una particular utilidad para usos litúrgicos y teológicos, ya que la Iglesia necesita que los significados de las palabras se mantengan estables por los siglos de los siglos. Por ello, el Vaticano no solo utiliza el latín en sus cajeros automáticos, sino que también se extiende a sus medios de comunicación –radiofónicos y escritos- y a los mensajes oficiales que emite la Santa Sede.

Desde fuera parece inexpugnable, rodeado de grandes muros que se construyeron siglos atrás con la intención de mantener a raya a los ejércitos invasores y que, de alguna forma, dan cuenta todavía de su indudable pasado belicoso.
La ciudad acoge, de manera estable, a unos 900 habitantes, de los cuales solamente 438 gozan en la actualidad del derecho de ciudadanía vaticana. El resto de vecinos tan solo están autorizados a residir en este microestado, pero sin gozar del derecho de ciudadanía. Así, entre sus habitantes se encuentran algunos de los restauradores de arte más prestigiosos del mundo, que trabajan en los Museos Vaticanos, donde existen tres laboratorios de restauración: uno para mármol, otro para tapices y un tercero para pintura.
Esta reducida población hace que la vida en el Vaticano se asemeje, por muy extraño que parezca, a la de cualquier pequeña aldea del centro de Italia. Lejos del trasiego de turistas, sacerdotes y religiosas –que se cuentan por miles cada día- la ciudad respira a su propio ritmo, ofreciendo al viajero estampas realmente insólitas en pleno siglo XXI.
Así, por ejemplo, el Vaticano es el único Estado soberano del mundo que tiene por lengua oficial el latín, algo que se deja notar en los cajeros automáticos, que ofrecen las instrucciones en esta lengua indoeuropea. "Me encanta ver la cara que ponen algunos turistas cuando se acercan al cajero para hacer alguna operación y comprueban que todo está en latín", confiesa Marco, un joven camarero del conocido Universal Bar, frente a la Embajada de Rusia, en el primer tramo de la Via della Conciliazione.
Y es que el estatus de lengua muerta –esto es, no sujeta a evolución- confiere al latín una particular utilidad para usos litúrgicos y teológicos, ya que la Iglesia necesita que los significados de las palabras se mantengan estables por los siglos de los siglos. Por ello, el Vaticano no solo utiliza el latín en sus cajeros automáticos, sino que también se extiende a sus medios de comunicación –radiofónicos y escritos- y a los mensajes oficiales que emite la Santa Sede.